LA muerte no, tus ojos. Medicina final que alivie
en la última hora. Sosiego de una
tarde emparrada
de nubes. Jolgorio de los pájaros que
sostienen la bóveda
y el crepúsculo gris, atemperado,
caído sobre el gozne
del último silencio.
Porque sería morir sin tu mirada, no
haber vivido nunca
y nada sería suficiente.
Mas el extraño goce de toda la
inconsciencia
no sería capaz de dibujar tus labios,
la lenta cercanía
del espacio del beso, la justa
equivalencia de la boca
que muerde la otra boca, mi destino y
tu risa,
el viento que me lleve hasta tu
muerte,
entre la densa sombra del ciprés
donde la espera
no tiene otra esperanza sino la
muerte mutua.
Y aunque el mármol me aplaste la
cuenca de los ojos,
yo seguiré buscando tu mirada.
Y, después, no seremos ni claridad ni
mano,
ni siquiera refugio del uno para el
otro, tan sólo leve soplo
en la arena, que elevará su vuelo
hacia otras regiones
donde la luz no habita.
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