Yo le conté a ella lo que yo no podía entender, porque no
recordaba cómo sucedieron los hechos. No hubo hechos, sino palabras, frases,
esas cosas que se dicen cuando la emoción embarga. Y yo no sé de dónde procedía
aquella ilusión que me invadía, cuando ya me había prometido a mí misma que no
habría más lugar en mi corazón para enamorarme. Se lo conté a ella, a mi buena
amiga Montse. Le conté lo que pude, las tonterías que pude decirle a aquel
hombre que estaba sentado a mi lado en el café. Cosas sin importancia, pienso,
cosas de mi fantasía, cosas que no he podido recordar hasta ahora. Nos dijimos
adiós, supongo, porque no lo recuerdo. Yo que tanto presumo de mi buena
memoria. “No lo sé, Montse, no sé si le di la mano, si un beso o si nada de
nada”. Sólo recuerdo que fui consciente de mi existencia después de haber
caminado, como ausente, no sé cuántas calles. “Posiblemente él me robó el
corazón”, le dije a mi amiga. Ella me respondió: “¡ay, María del…, cuánto miedo
tenemos a ser feliz!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario